lunes, 22 de octubre de 2007

Música Para Pastillas















Spacemen 3 - Perfect Prescription

En estos días se editó la edición conmemorativa por los cuarenta años del lanzamiento de The Piper At The Gates Of Dawn, el álbum debut de Pink Floyd; uno de los discos paradigmáticos en eso de sentar las bases del space rock. Hay que decirlo: no fue el único. Ahí están los discos de Hawkind, olvidados con injusticia. Pero el debut de Floyd pasó a la historia por su maraña hipnótica de cuelgues mántricos, pirotecnia psicodélica de alto calibre, referencias a gnomos, bicicletas, espantapájaros y sobre todo a la omnipresencia del espacio como idea guía del disco y de su música. Un sonido cósmico que embrujó a Syd Barrett y lo disparó en un viaje interestelar sin retorno que lo depositaría en un limbo espeso del que ya nunca pudo escapar. Pero stop. No voy a seguir hablando del primer disco de Floyd. Tan solo me voy a limitar a decir que las cuerdas cósmicas, los agujeros de gusano y los mensajes del Mayor Barrett trazaron una cartografía imposible de la infinitud espacial que generó toda una pléyade de bandas guiadas por una única idea: el espacio es EL lugar. Y hacia allí se dirigieron Jason Pierce y Peter Kember al frente de la nave Spacemen 3.

Su segundo disco, Perfect Prescription, es un monumento monolítico – por ese monolito astral y metafísico de 2001: A Space Odyssey, aclaremos – que propone un círculo vicioso nunca mejor ilustrado que en el nombre de otro de los discos emblemáticos de Spacemen 3: Taking Drugs To Make Music To Take Drugs To; un vórtice de drones y minimalismo melódico y percusivo que desacelera las funciones orgánicas y las hunde en un aletargamiento mudo e hipnótico que, una vez más, favorece ese tipo de viaje interno que puede resultar tan o más vertiginoso que el más lanzado de los viajes espaciales. De todas maneras, las drogas no resultan necesarias. La sola música genera esa sensación. Y si bien el disco fue grabado bajo los efectos de toneladas de sustancias, no hay una tan poderosa como este disco en si mismo. Resulta curioso leer los nombres de los temas en forma progresiva: nos damos cuenta de que es la perfecta descripción de un viaje de drogas y no precisamente de las suaves. Otro antecedente es clarísimo: Velvet Underground y su Heroin, toda una simulación musical del acto de fijarse, el rush inicial y la posterior laxitud y dejadez somnolienta y desganada del que está colocado.

Nunca más apropiado entonces el titulo del disco: una prescripción perfecta para ponernos en marcha, elevarnos de nuestros asientos y asistir al encuentro con entidades en un derrotero que - como en la película de Kubrick – puede llevarnos a los confines del universo y el tiempo y de allí, de vuelta a nuestra habitación y a nuestra realidad mortal.

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